Como mantenerse íntegro y convivir con lo comercial




UN HOMBRE DE TEATRO
Por Luis Agustoni |


El ojo. Luis Agustoni, director de éxitos, actor, autor de esta historia y a cargo de la sala sobre la calle Perón donde se presenta El protagonista ante el espejo, Claveles rojos y Cita a ciegas.

Su primer problema fue de qué vivir. No tenía bienes ni nadie que lo ayudara. Siendo actor profesional, le costaba mucho armar una profesión sustentable; es un problema cuando uno se enamora del teatro y le dedica su vida, pero averigua de entrada que el talento es algo que les pasa a otros. Tenía una gran vocación por la enseñanza; un poco por gusto y facilidad, y otro poco por la fuerza de las circunstancias, las clases se convirtieron en su sustento económico.

Su segundo problema era artístico: quería actuar, quería dirigir. Para eso necesitaba una base artística y humana: un grupo creativo en marcha, con el que hacer espectáculos con aspiración de excelencia y con continuidad. Claro que había que empezar por formarse, capacitarse continua y constantemente como actor y director, para ser un buen maestro y un líder grupal confiable. Llevó años lograr un taller dinámico y creativo.

El tercer problema fue acumular experiencia artística creadora haciendo espectáculos, y darse a conocer con ellos en el medio. El taller subvenía sus necesidades económicas personales (familia tipo con dos hijos) y dejaba un resto con el que financió espectáculos independientes en cooperativa. Fueron varios, y no sólo no dejaron un peso sino que dieron pura pérdida; pero con ellos aprendió a dirigir, y adquirió todo el conocimiento técnico que le hacía falta; también aprendió a producir y administrar y a moverme en el medio, cómo era la gente que había que tratar, y cuáles eran las limitaciones propias insuperables.

También descubrió que ése, el medio independiente de teatros chicos y actores iniciales o alternativos, era el medio artístico en el que se sentía más cómodo, y en el que quería trabajar siempre. Nunca, ni en sus mayores éxitos comerciales, lo dejó. Pero había un límite; después de varios años, las cooperativas a pérdida en teatros alquilados lo llevaron cerca de la quiebra. No era culpa de los dueños de teatros alternativos; tenían que mantener su sala, y la única forma para ellos era el peaje que le cobraban, vendiera entradas o no. Si quería sobrevivir y hacer su trabajo, necesitaba una sala propia. Pero sus espectáculos, sin figuras y con independencia artística, ideológica y personal de toda especulación de taquilla, corrección política, moda teatrera o cálculo profesional, no garantizaban la venta de entradas, ni para pagar una financiación, ni para cubrir una inversión propia ni para recuperar una producción. Lo aprendió con dolor después de años de potentes y satisfactorios espectáculos fracasados, uno tras otro. (Fracaso: cuando no viene el público en la cantidad que uno espera.)

No tenía ayuda familiar ni amistosa, no tenía bienes ni capital, por razones estrictamente personales no le gustaba gestionar sueldos oficiales, becas ni subvenciones, y ya estaba por cumplir los cuarenta y entrar en la crisis de la edad mediana. Decidió mirar a su alrededor y ver cómo se las arreglan, aquí y en el mundo, los que están en la misma situación que él. Muy sencillo: todos juntan la plata que necesitan trabajando para otros como personal contratado.

Se formó como dramaturgo de modo autodidacta, y decidió entrar en el teatro comercial como autor y director, proponiéndose mantener el nivel de calidad que siempre trataba de sostener. No le era difícil, porque tenía ilustres antecedentes; había empezado como actor en producciones comerciales muy buenas, y tenía experiencia propia y ajena de los indescriptibles bodrios que se hacen a veces en el teatro independiente. Le fue bien, tuvo suerte, en unos años pudo abrir su pequeño teatro propio, y en él trató de cumplir su destino artístico, que es también modesto y pequeño, pero muy valioso para él. Por supuesto que tuvo expectativas de buena venta de entradas. Se diluyeron rápidamente. Su teatro funcionaba financiado por los éxitos comerciales en los que participaba. Ni la calidad de los espectáculos que hacía (creo que fueron bastante buenos) ni sus esfuerzos promocionales atrajeron la cantidad de gente que esperaba. Es poco lo que se puede hacer compitiendo con la inversión en publicidad y el sistema de figuras de las ligas mayores, y con la inmensa oferta de espectáculos de las alternativas.

La experiencia del cine independiente norteamericano, que inventó otra línea de difusión y distribución, y la proliferación del espacio comunicacional de internet fueron configurando un sistema distinto, cuya idea básica es: “No abro las puertas del teatro y espero que vengan los espectadores, salgo a buscarlos”. Fue creciendo, tiene cuatro espectáculos propios en cartel, cubre los gastos de producción y mantenimiento del teatro, hace largas temporadas. Todo esto, supone, escribir las obras, dar los cursos, montar los espectáculos, administrar, conducir y controlar todo personalmente (hay 130 personas involucradas), mantenerse entrenado y en los ratos libres visitar la realidad lo máximo posible. El proceso entero duró 38 años. Años en los que no perdió ni un minuto en analizar las culpas del satánico mercado, del diabólico capitalismo, de la infernal codicia de los poderosos, los enemigos políticos y los monstruosos gobernantes, y dedicó muchas horas a pensar cómo funcionan las cosas, y cómo puede hacer realidad sus propósitos entre ellas.


*Director de teatro (Brujas, El protagonista, Taxi II, La cena de los tontos, Hamlet), dramaturgo, maestro de teatro.
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